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21-07-4_24-12-01 Buscando la canalilla

Hubo que esperar al día 1 de diciembre de 2024, para que por fin se cumpliera nuestro sueño: llegar al nacimiento de la mina donde nace el agua que va encauzada por una canalilla hasta los aljibes del complejo minero, atravesando una orografía de fuerte desnivel, unos kilómetros más abajo. Una docena de demoras, por diversos motivos hizo que llegar hasta el final de la canalilla hubiera que esperar unos cuantos años.

Para quien nunca lo haya visto, el complejo de cúpulas del complejo minero ubicado en sobrio rincón de la sierra de Gádor, donde más de la mitad están derruidas, llama poderosamente la atención, por ser construcciones sin parangón a lo conocido, por su gran extensión y porque se perciben construidas en diferentes épocas. Fue a mediados de los 60, cuando unos amigos haciendo una excursión por la zona, tuvimos la ocasión de verlas por primera vez, dejándonos impresionados, pues nunca antes habíamos visto algo semejante. Nuestra imaginación nos hizo pensar que algunas, las más viejas y deterioradas, podrían ser de la época romana, idea que después, mejor informados, tuvimos que desechar.

Más tarde supimos que se denominan “minas de Gádor” y que el lugar sufrió una fuerte actividad para la extracción de azufre principalmente porque era muy utilizado para eliminar plagas en el cultivo de la parra, cuando la comercialización de la uva de mesa por las cuencas del Andarax y la vertiente norte de la sierra de Gádor estaba en todo su esplendor. La actividad minera se inició sobre el año 1874 en el paraje de Las Balsas de Gádor, llegando a su apogeo entre 1883 y 1893 y ya, sobre 1952, la actividad era prácticamente nula.

El inicio de la búsqueda de la canalilla

Fue hace ya más de tres años, merodeando por la zona, en una de las muchas salidas que solíamos hacer Paco y yo, en aquella ocasión junto a mi hermano Porfirio, a explorar el entorno de los cortijos que había por la rambla de las Balsas. Y fue allí donde descubrimos un cortijo señorial que hizo las delicias etnográficas de Porfirio y Paco, donde el uso y posible utilidad de todos los objetos antiguos, más grandes o más pequeños, sufrían de inmediato una explicación, daba igual si pudiera ser cierta o no, como si clasificándolos en categorías, dichos objetos podrían por fin yacer en paz. Mientras tanto yo a lo mío: la fotografía, esa tarea que ni pone ni quita ni toca. Así que mientras ellos no paraban de platicar sobre ese mundo pasado, yo totalmente marginado y en silencio, registraba gráficamente todo lo que veía. Ver aquí a los “técnicos” en plena actividad interpretativa.

Nos llamó la atención la serie de cúpulas cercanas al cortijo señorial pues presentaban un acabado menos derruido que otras construcciones. Esto nos animó a visitar otras cúpulas más distantes. Aquel nuevo encuentro con las construcciones mineras, nos despertó la curiosidad y quedamos en volver de nuevo.

En esta nueva ocasión, quiso acompañados nuestro amigo Juan Leiva, gran conocedor de esta sierra y que estaba especialmente interesado en saber que había de cierto sobre el hecho de que el agua que utilizaban en el complejo minero, la traían desde la fuente de la “Mesa Contrata” a través de unos rústicos canales hechos de arcilla cocida, salvando numerosos desniveles de la accidentada orografía de la sierra de Gádor. Juan Leiva nos decía que había encontrado algunos restos de la canalilla que le evidenciaban que su existencia era una realidad.

Así que Paco, Porfirio, Juan y Nicolás iniciamos la aventura de buscar la canalilla el 4 de julio de 2021 partiendo desde las construcciones de las minas de azufre más cercanas al origen de la fuente. Y para apoyo de nuestra andanza, activé un programa en el móvil para que fuera grabando los sitios por donde íbamos. A juzgar por estas “miguitas de pan” que fuimos dejando por dónde pasábamos, podemos afirmar que íbamos al principio algo perdidos buscando la canalilla. La única referencia que teníamos era la “fuente de la Mesa” que sí sabíamos más o menos por dónde estaba, y hacia allá nos dirigimos, en un primer momento, mezclando caminos y veredas locales con merodeos por cualquier sitio.

Al no encontrar restos de moldes de arcilla, al principio íbamos algo desanimados pues a pesar del esfuerzo merodeando por varios sitios, no encontrábamos nada de lo que buscábamos, hasta que, aproximadamente a 2 kilómetros del aparcamiento, vimos los primeros vestigios de canalilla en muy mal estado, algo que nos inundó de alegría, hasta el punto que Porfirio cogió un pequeño trozo de arcilla cocida y la levantó como señal del trofeo más preciado.

A partir de ahí, recomponemos los criterios para buscar, pero ahora en una orografía menos accidentada por una ladera que subía ligeramente pero bastante enmarañada con abulagas, espartos, iniestas, retamas, tomillos, romeros y otros arbustos. Ahora sí que cada cierto tiempo encontrábamos trozos o partes de no más de medio metro de la canalilla, hasta que el reguero nos fue acercando hasta el Cortijo del Abogado, llamado también por los pastores “Corralón de la Mesa”. Desde allí se podía vislumbrar, más o menos, por donde podría ir la canalilla hasta la fuente de la Mesa, que más o menos, siguiendo la orografía del terreno se podía intuir.

A ver que ya era algo tarde, decidimos regresar y dejar para otro día el tramo de la canalilla hasta la fuente donde recogía el agua. Ya en la bajada, conociendo mejor qué orografía era la más adecuada para llevar el agua, evitando desniveles excesivos, y ayudados por la inestimable intuición de Juan Leiva, fuimos encontrando más restos de canalilla.

Así que, agudizando más los criterios para buscar, a partir del lugar donde vimos el primer guijarro de arcilla, tomamos un camino ligeramente diferente al de subida y por ahí sí que fuimos descubriendo por dónde iba el trazado del canal en algunos tramos, hasta llegar a donde se suponía podría estar el aljibe donde se acumulaba el agua para su distribución por el complejo de extracción del azufre.

Ese día tan especial lo dejamos registrado en una colección de fotos y en un track tal que proyectado en el mapa quedaba así:

El tramo final hasta la fuente

 Después de bastantes aplazamientos por diversos motivos, para continuar buscando el trazado de la canalilla, por fin pudimos continuarla, el 1 de diciembre de 2024, justo 3 años y 4 meses después de la anterior búsqueda; ahora se partía desde el cortijo del Abogado y se finalizaba en la fuente de la Mesa. Descubrir por dónde pasaba la canalilla era lo que pretendíamos saber.

Por algún motivo que desconozco, hubo más gente del pueblo de Alhama que manifestó su deseo de subir con nosotros, algo que nos sorprendió a los promotores, pues nunca le dimos difusión y siempre pensábamos en los pocos que estábamos implicados. Al final, no solo fuimos los de siempre: Paco Rodríguez Vázquez, los hermanos Porfirio, Sebastián y Nicolás Marín, sino también, dos alhameños vinculados “de to la vida” a la zona de la Mesa Contrata, pues sus familias tienen propiedades en la zona y en tiempos no muy lejanos, solían tener actividad ganadera local: ellos fueron Juan José Miralles y Esteban Paniagua.

Fue una pena que Juan Leiva, que era uno de los más interesado en participar en la aventura, no pudo acompañarnos en el recorrido por estar lesionado en el día previsto, pero tuvo la generosidad de llevarnos en su todoterreno hasta el cortijo del Abogado, ya que ese camino suele estar malogrado por las lluvias.

Sin pretenderlo, formamos un equipo, donde cada cual cooperó de algún modo para que la aventura terminara con éxito: Juan Leiva nos alivió la subida con su vehículo, Juanjo y Esteban, conocedores de la zona, con bastante intuición desarrollada guiando el ganado por aquellos difíciles parajes, marcaban las mejores veredas a seguir donde no las había. Ellos, tuvieron una intervención decisiva en un terreno donde los caminos de antaño habían desaparecido y en su lugar todo estaba enmarañado con matorral como espalto, la pinchosa abulaga, iniesta, retama y demás malezas. Sin contar el importante desnivel y esa rusticidad llena de guijarros y gravilla propia de la sierra de Gádor. También colaboraron muy activamente, para indicar los sitios por donde había más posibilidades de encontrar los trozos de canalilla que, en algunos momentos, se mostraba esquiva y había que dividirse en banda para peinar más extensión de terreno; pero el afán y las ganas que poníamos, hacía que tarde o temprano se encontraran los siguientes trozos.

Así fue como comprendimos que los trabajadores que construyeron el cauce, tuvieron bastantes dificultades por la orografía tortuosa de la zona. En algunos lugares, para dar estabilidad a la unión de canales, hubo que hacer pequeños balates de piedra seca y en otros tramos, se daba más firmeza con mortero donde la piedra se aglutinaba firmemente con cal, gravilla y arena, para de este modo, hacer más sólidas las uniones de canalillas. En todo momento, se buscaba acomodar el trazado a la orografía, pero en varios lugares donde había cambio de pendiente y el cauce del barranco así lo demandaba, se hacían pequeños acueductos para pasar por encima el canal, que en estos casos utilizaban largos tubos de hierro, tan pesados, que no quiero imaginar cómo lo subían hasta allí. Las construcciones eran prácticas y algo rusticas; no eran tan enormes como los acueductos romanos, pero llevaban su trabajo hacerlos en ese entorno, con los escasos medios que contaban.

Todos coincidimos en pensar que la obra se hizo de arriba a abajo, para aprovechar lo más importante: el agua, que junto a los materiales propios de la zona permitió minimizar los costes y rebajar los tiempos de construcción. Lo que más nos sorprendió fue encontrar, cuando faltaba poco para la fuente, dos orzas horadadas por donde se insertaban las canalillas. Ahí no hubo unanimidad para interpretarlas: unos pensaron que podía servir para suavizar la presión del agua eliminando aire, mientras otros vieron que la existencia de las orzas, era para acceder con más facilidad al agua. También sorprendió una especie de filtro rústico para decantar agua practicado a ras del suelo, muy difícil de identificar salvo para los ojos más acostumbrados.

Cuando llegamos arriba, quedamos maravillados del sitio, sobre todo por un gigante almendro cuya presencia imponía: ningún árbol de la zona tenía ese porte. Por los alrededores, azarosamente distribuidas, había grandes piedras caídas desde las impresionantes paredes rocosas de la Mesa y, entre ellas, una copiosa maleza formada por grandes arbustos que crecían gracias a la permanente humedad de la zona. Así que vimos a bien hacernos unas fotos para celebrar que habíamos llegado al lugar donde se alimentaba la canalilla.

Juanjo y Esteban, conocedores del lugar, no paraban de explorar hasta los más mínimos rincones. Se metían explorando una cueva, hasta donde el resto no se atrevió, porque en realidad, al no conocer el sitio, nos dábamos por satisfechos haber llegado tan alto. Sin parar un momento, la inquietud de búsqueda de Esteban, hizo que encontrara entre la maleza, la verdadera entrada a la mina, algo que nos anunció desde el lugar donde él se encontraba elevando la voz: “he encontrado la entrada principal a la mina”.

Lo que a continuación pasó fue una gran lección de vida. Antes de salir quedamos en desayunar y allí vi que tanto Sebastián como Esteban, llevaban herramientas de poda de mano de varios tamaños. En una primera impresión, pareció raro e impropio estos utensilios pues íbamos a andar y con lo que llevábamos cada uno en su mochila era más que suficiente, y además, las tijeras eran incómodas de llevar y podrían ser peligrosas ya que en cualquier caída podrían dañar seriamente. Sin embargo, para ellos sí que tenía sentido llevarlas, pues sabían que, a falta de actividad ganadera, junto a la fuerte humedad de la zona, era muy posible que la maleza hubiera proliferado tanto que podría impedir acceder a la boca de la mina y al abrevadero para el ganado.

Nada más llegar a la zona de la boca de la mina, Sebastián, Juanjo y Esteban, los más hábiles en el uso de las herramientas de podar, comenzaron a quitar maleza sin descanso, mientras que los demás observábamos atónitos a los que trabajaban con maña y rapidez. Por fin, tras un generoso rato de trabajo despejando la entrada, pudimos hacer la esperada foto entre un alboroto de alegría, que hubiera sido imposible si no se hubieran subido unas herramientas que en un principio no supimos para que iban a servir.

Y llegó la hora de volver, sabiendo que no había caminos que nos facilitaran el retorno, pues el matorral había hecho desaparecer las veredas de antaño. Eso mismo sucede con los caminos en cualquier parte del mundo, cuando por el motivo que sea, desaparece la actividad por la cual se construyó el camino que sólo se mantiene vivo si es útil para la gente que se desplaza a un sitio a otro. Antes, la actividad ganadera, de caza y de cultivos, mantenía el camino que atravesaba la Mesa Contrata para ir a los cortijos de los Charcones o al Resquicio. Eran caminos que, a juzgar por sus anchura y balates de piedra seca, eran importantes para los que lo usaban, pero ahora, salvo la subida que va desde el cortijo del Abogado hasta la entrada a la Mesa, mantiene algunos tramos originales. Las pequeñas veredas de antaño van paulatinamente desapareciendo y ahora, si se quiere disfrutar de un paseo por la Mesa, solo se puede hacer con la paciencia de andar campo a través de recios matorrales y un firme escabroso y desigual lleno de guijarros, así, el avance se hace penoso y andar un tramo supone un esfuerzo muy superior que si hubiera camino.

La falta de veredas no fue problema para Juanjo y Esteban que, acostumbrados a andar por la agreste sierra de Gádor, se alejaron poco a poco de los demás que nos costaba bastante andar por la accidentada maleza. Así, hasta que llegamos al camino de bajada de la Mesa que sí estaba en mejores condiciones. En poco tiempo bajamos hasta el Cortijo del Abogado donde nos esperaba Juan Leiva con su todoterreno, y ya todos juntos, pletóricos de satisfacción, llegamos a Alhama.

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